Turno 2

Dobles parejas

Todo el personal del hotel se había reunido en la terraza-bar de la última planta. Era la zona más exclusiva del hotel, pero hacía tiempo que estaba cerrada al público. Los empleados del Resort la utilizaban para reunirse cuando estaban de descanso.

Aquella mañana, los ánimos estaban crispados. Estando el hotel tan desocupado, los asesinatos acaecidos la noche anterior debían ser obra de alguien que trabajaba en el hotel, no había duda.

Para colmo, Eleuve había desaparecido y tampoco había noticias de Kvothe.

Los empleados estaban reunidos en varios grupos y todos especulaban acerca de la identidad del asesino. Todos dudaban, pero en un momento determinado el nombre de Sadsmile y Shagga empezaron a resonar por encima del resto.

El pianista les daba mala espina y el hecho de llevarse bien con Shagga, apuntaba a este último como cómplice del primero.

En un momento dado, fue Asha quien tomó la palabra:

—Sabéis que os conozco bien a todos. He analizado con detenimiento las muertes y creo que Tremal era uno de los asesinos.

—¡Tremal! ¡Hijo de mala madre! —Khaleesi se levantó de su asiento ofuscada y se asomó a la barandilla, con la mirada perdida en el horizonte. —Y pensar que un día le quise….llegué a estar enamorada de el, por Dios, era mi…

—¡Silencio, no he terminado todavía! —Asha la interrumpió. —He dicho que Tremal era uno de los asesinos, pero no actuaba solo, tenía que tener alguien que lo ayudara y ese alguien, querida, no puede ser otra más que tú.

—Es verdad, ¿como no habíamos caído antes? —Sadsmile apuntaba con uno de sus pocos dedos a Khaleesi. —Si Tremal hubiera pensado en alguien, ¿quién mejor que tú?

—¿Como has podido hacerlo, Khaleesi? ¿No tienes nada que decir? —Gerold apoyaba las sospechas.

—Sois unos desconsiderados. Una cosa es que Tremal fuera mi amante y otra bien distinta es que yo sea una asesina como él —se defendía la pobre Khaleesi.

Los empleados la acorralaron y fue el chef Nevski quién se adelantó a todos ellos. —Tus malas compañías acabarán contigo, ya te lo dije, ¡¡¡muere!!!

Intentó empujarla, pero no hizo falta.

**Khaleesi **saltó al vacío y mientras caía, durante los pocos segundos que duró la fatal bajada, le dio tiempo a mirar a los ojos a todos y cada uno de sus compañeros y hacerles un corte de manga.

¡Que os den…! -pensó. Y Khaleesi se estampó contra el suelo.


El lugar elegido aquella noche era la propia habitación de Gerold.

Después de varias horas jugando, aquella suite no tenía nada que envidiar al tugurio más siniestro de Asshai. Botellas de Bourbon y Patxaran por todos lados y esa dulce mescolanza de olor a puro impregnado en la estancia. Solo quedaban tres jugadores y Gerold era el encargado de repartir.

Todos recogieron sus cartas y las miraron con detenimiento.

—Empezamos con 50 euros— anunció con seguridad Oberyn.

—Voy, por supuesto —respondió Daniel con firmeza.

—Yo también voy, señoritas…creo que vuestra suerte acaba en esta mano —sentenció Gerold. —Sigamos con el descarte, ¿cuantas queréis?

—Dame tres —contestó Oberyn.

—Yo quiero otras tres —Daniel apuró su vaso de Bourbon.

—Pues creo que yo estoy servido —sonrió el “gallino” mientras abría una nueva botella de Patxaran. —Ya os dije que la partida acabaría en esta mano.

—Ya… ¿otro farol, gallinita? —Oberyn lo miraba fijamente, a sabiendas que, efectivamente, la partida acabaría en aquella mano.

—¿¿¿Quieres hacernos creer que llevas una escalera???


—¡La escalera Ellaria, la escalera! —gritaba Asha desde la puerta. —¿Cómo es posible que todavía no estén encerados los pasillos? ¿Y esta escalera?, ¡¡pero si parece que no se ha limpiado en años!!

El paso de las huestes del IMSERSO por el hotel había hecho estragos. Además, la limpieza de los escenarios de los crímenes, habían tenido ocupada a Ellaria la mayor parte del tiempo.

—Relájate Asha, relax, que más no puedo hacer —respondió la limpiadora. —Fíjate, haz como yo…

Cerró los ojos, levantó ambas manos y repitió mentalmente: DIE…CI…SIE…TE, DIE…CI…SIE..TE.

—Déjate de bromas Ellaria, que nos pilla el toro. Voy a llamar a alguien, para que te eche una mano. ¿Necesitas algo, aparte de un buen psiquiatra? —comentó irónica Asha.

—Pues si, ahora que lo dices, necesito un buen maromo que me haga feliz el resto de mi vida y, si no es mucho pedir, que salga el maldito 17 cuando llegue el momento. Bueno, y además necesitó otro bote de lejía, que todos los que tenía los he gastado en el SPA esta mañana, que estaba hecho un asco. Voy a soñar con los chopitos. ¿Psiquiatra dices? Seguro que el que haya hecho esto, necesita uno urgentemente.

—Vale, pues baja tu al almacén de limpieza y ya me encargo yo de que alguien termine esto —respondió Asha.


Nalibia discurría por el Resort a toda prisa. Se le notaba nerviosa. Estaba buscando al jefe de mantenimiento, pero no daba con él. Se cruzó con Nica.

—Hola Nali, ¿dónde vas con esas prisas? —dijo la guapa animadora.

—Estoy buscando a Cerandal, ¿no sabrás por casualidad dónde está? —respondió.

—Pues me parece haberle visto en el SPA, creo que está cambiando todas las cerraduras. ¿Que te ocurre?

—Nada, tengo que entrar en la sala de audiovisuales, porque un cliente quiere una sesión privada de cine, pero no encuentro mis llaves. Llevo toda la mañana buscándolas pero me han desaparecido. Voy a ver si lo pillo, para que me deje las suyas —y salió disparada hacia el exterior.

Cuando llegó al SPA, Cerandal se afanaba con la puerta principal.


—Que asco, joder, la sangre ha llegado hasta aquí. ¡Vaya asesinos más puercos! —se quejaba el jefe de mantenimiento.

—Por fin te encuentro Cer! —la voz de Nalibia sonaba entrecortada por la carrera. —Necesito que me prestes tus llaves para entrar en la sala de audiovisuales. Es una larga historia, no encuentro las mías y necesito entrar en la sala ya.

—Vale, vale, toma las mías, pero no te olvides de devolvérmelas —respondió Cerandal. —Y a ver si te tranquilizas, hija.

Nalibia volvió a atravesar todo el Resort, se montó en el ascensor y subió a la tercera planta, donde se encontraban las salas de reuniones y la de audiovisuales. Se sorprendió cuando se encontró la puerta abierta.

—Joder, y ¿para esto llevo corriendo toda la mañana? —y entró en la sala.

—¿Hay alguien hay? —pero nadie respondió. Se puso manos a la obra. El cliente le había solicitado poder ver Ben Hur, en versión original. El hotel contaba con una magnífica videoteca y no le costaría trabajo encontrar el DVD.

—Solo faltan las palomitas —pensó.


—Acércame el bol de palomitas, por favor —pidió educadamente Oberyn.

—¡Ja! Te tengo pillado Obe, cuando te pones nervioso siempre pides comida, te tengo bien calado —Gerold se estaba viniendo arriba.

—Sí, estoy muy nervioso, no sé que voy a hacer con toda la pasta que voy a ganar esta noche —respondió desafiante el contable.

La bolsa de la partida había aumentado hasta 3.000 Euros. Los tres jugadores estaban apostando fuerte.

—Perdonad, pero yo también juego —apuntó Daniel— y no solo eso, sino que os veo vuestra apuesta y subo otros 600 euros.

—Por mí no hay problema, ¡yo voy! —respondió Gerold.

Oberyn se levantó, cogió un sobre del bolsillo de su chaqueta y lo arrojó encima de la mesa:

—¡Yo también voy!


—Ya voy, ya voy-dijo Shagga. ¿Qué pasa Lauerys? ¿Qué has visto?

Lauerys estaba pegada a la ventana. —¡Mira, mira! No me lo puedo creer, si todavía no es Halloween, ¿dónde va ese?

Una figura encapuchada y vestida de rojo paseaba por los jardines.

—¿De qué va vestido? —preguntó Lauerys.

—Pues está claro, ¿no ves la cesta? Es la roja caperucita, que va a visitar a su abuelita —Shagga se reía.— En este Resort estamos todos de manicomio. Con lo que está cayendo no sé cómo le quedan ganas a la gente de celebrar fiestas.

—Tienes razón Shagga, la gente está muy afectada, no creo que este año se organice nada —la cara de Lauerys se tornó disgustada.— Me gustaría que esto solo haya sido una pesadilla y que mañana nos despertáramos todos y nada de esto hubiera pasado.

—Tranquila Lauerys, tranquila, veras como todo se arregla. Han muerto dos asesinos y hemos matado a su cómplice, ya no hay nada por lo que temer —dijo Shagga mientras abandonaba la habitación.— Solo falta que encuentren a Eleuve, mi pobre Eleuve —pensó.

De camino hacia la recepción, Shagga escuchó una voz que le resultó familiar. Provenía de la sala de audiovisuales.

—¡¡Judá Ben Hur…!! Vaya, mi preferida —suspiró.

Al ver que la sala estaba vacía, se acomodó en una de las butacas. Había visto la película 154 veces, pero no le importaba verla de nuevo, y más en aquella magnífica sala. Casi parecía que estuviera sentado en el Coliseum, con el sistema de sonido envolvente, parecía que las cuadrigas estuvieran allí mismo.

—Joder, ¡que sonido! Si hasta me ha parecido escuchar un relincho de un caballo detrás de mí —pensó. Tan ensimismado estaba, que no cayó en la cuenta que una siniestra figura, disfrazada del Llanero Solitario se le acercó por detrás.

—¿Te gusta Ben Hur…? —susurró. Y le tapó la cara con un pañuelo impregnado en formol.


Cuando Shagga despertó, se encontró tendido en el suelo. Estaba semidesnudo y atado por los brazos y las piernas. En el extremo de cada cuerda, atados a ellos, cuatro ponys tiraban de las mismas.

—¿Pero que puta broma es esta…? —gritó.

En uno de los ponys, el llanero solitario lo observaba.

—¡¡¡¡Luky Luke de los cojones!!!! ¡¡¡Desátame joder!!! —gritaba Shagga.— Como broma ha estado muy bien, has conseguido acojonarme, de verdad, pero dile a tus caballitos que dejen de moverse, que me van a salir agujetas en los huevos de tanto estirar, ¡¡coño!!

En ese momento, el enmascarado agitó su sombrero, espoleó su montura y gritó: —¡¡¡Hi yo silver, away!!!

Los cuatro ponys, enrabietados, comenzaron a correr y el cuerpo de Shagga quedó completamente desmembrado.

—Pobre Eleuve…. —fue su último pensamiento.


Sadsmile ensayaba en su rinconcito del restaurante. Tocaba la misma pieza una y otra vez, pero se atascaba en la última nota. Las muertes de varios de sus amigos lo habían afectado profundamente, estaba más triste que nunca. Para colmo, gran parte de sus compañeros desconfiaban de él, y lo habían llegado a acusar de ser el causante de las desgracias.

Sin embargo, en esos momentos era cuando sus musas aparecían con más fuerza. Su estilo era melancólico a más no poder, y tanta tragedia servía como fuente de inspiración para crear sus melodías.

Antares apareció por la puerta y fue quién le dio la trágica noticia.

—¿No te has enterado, Sad?

—No me lo digas, Kvothe ha vuelto —los ojos de Sadsmile brillaban de nuevo.

—No. Lo siento. Es Shagga, lo han encontrado….muerto.

—¡Mierda! —maldijo el pianista.— ¿Cuántos han muerto ya?


Tal como Asha le había ordenado, Ellaria había bajado al sótano para coger la lejía. Iba ensimismada, pensando en sus cosas.

—Diecisiete, diecisiete —canturreaba, cuando le llamó la atención algo que se movía rápidamente.

—¡Shaggi…! Por fin te encontramos, ¿dónde está tu dueña, está contigo?

El pequeño roedor corrió hacia un pasillo. Se paraba hasta que Ellaria lo alcanzaba, para volver a correr nuevamente. Parecía como si le quisiera mostrar algo. Ellaria lo seguía a duras penas.

—Ven chiquitín, no corras, a Eleuve le vamos a dar un sorpresón cuando la encontremos. ¡Su pequeño Shaggi está vivo!

Después de varios minutos correteando por los recovecos del sótano, el hámster se paró delante de una puerta y empezó a tocar la misma con sus patitas, como queriendo abrirla.

Ellaria, de repente, comprendió. El pobre animal la había guiado hasta su dueña.

Eleuve, ¿estás ahí? —preguntó la limpiadora. De un golpe seco consiguió abrir la puerta y sus sospechas se hicieron realidad.

La pequeña mascota había conseguido guiar a Ellaria hasta donde Eleuve se encontraba retenida. Lamentablemente para ella, llegó tarde: Eleuve había muerto.


El chef Nevski se preparaba para empezar el servicio de cena.

—Con la poca gente que queda en el hotel, esperemos que la noche sea tranquila —pensó.

Sin embargo, el sonido del disparo, acabó de golpe con sus deseos.
El disparo provenía del salón del restaurante, algo que sorprendió al chef, ya que todavía no habían abierto. El charco de sangre alertó al cocinero.

—Otro más, ¡no! ¿Cómo es posible? —se lamentó.

En el suelo, un montón de partituras esparcidas y apoyado en el piano, el cuerpo sin vida de Sadsmile. En una mano tenía una pistola y en la otra una partitura.

La melodía no estaba terminada, pero Nevsky lo entendió todo enseguida. El título de la misma era: "Todo por amor" y al final de la misma, escrito por el pianista se podía leer: Dedicado a ti, Shagga.


—Pareja de Ases…! —exclamó exultante Daniel.

Oberyn lo miró desafiante: —buena jugada Daniel, pero no supera mis dobles parejas, de reyes y ases…! je, ¿quién es el que se ponía nervioso gallino? Por favor, acércame esos billetitos.

—No tan deprisa. Tranquilízate —Gerold sonreía.— ¿No quieres saber cual es mi jugada? Llevo toda la noche esperando este momento.

—No, no es posible…. —titubeaba Oberyn.— He calculado todas las combinaciones posibles, no puede ser que superes mis dobles parejas, los descartes, las cartas que se han repartido —Oberyn cerraba los ojos y repasaba mentalmente la jugada.

—No le des más vueltas, he ganado —dijo Gerold mientras enseñaba sus cartas.— Póker de seises. La partida es mía y el dinero también.

—No me lo puedo creer! —dijeron al unísono Oberyn y Daniel.

—Vaya potra que tienes Gerold, mañana quiero la revancha —dijo Daniel mientras se levantaba.

—Y ¿porqué no ahora? —respondió Gerold.— Aún es temprano.

—Tengo que salir pitando, el servicio de cenas empieza en cinco minutos, el chef me estará echando de menos, hasta mañana —y salió de la habitación.

—Yo también me marcho gallino —dijo Oberyn todavía ofuscado.— Algún día me tienes que contar como lo haces, porque se que eres incapaz de hacer trampas, ¿verdad?

—La duda me ofende, Obe. Y con un gesto lo despidió.

Después de contar el dinero, Gerold se tumbó en la cama. Cuando ganaba no le costaba coger el sueño enseguida, y así fue.


Soñaba con ases, con reyes, todos juntos, ganaría una vez más…. cuando de repente, algo frío oprimió su sien. Era una pistola, no había duda.

—Es solo un sueño, ¿verdad?, un mal sueño. Ahora despertaré y estaré descansando en mi cama, con todo ese dinero esperándome. Es un sueño, ¿no? —suplicaba Gerold.

—Más bien una pesadilla —respondió la figura.

Nadie escuchó el disparo, solo Gerold, que, lamentablemente, no despertó.


Daniel entró por la puerta de atrás de la cocina. Esperaba que el chef no se diera cuenta de su retraso. Al ver la cocina vacía y sin movimiento hasta llegó a pensar que su reloj no marchaba bien y que había llegado a tiempo.

—Manos a la obra —pensó, habrá que encender la barbaquiú.

No se percató de la tragedia que acontecía en el salón contiguo. Ni escuchó los llantos de la gente a solo unos metros de donde el se afanaba con las brochetas.

Llevaba los cascos puestos y en su iPad, con el volumen a tope, se escuchaba su canción preferida:

La bar ba cooooa, la barbacoooa
Como me gustaaaa
¡La barbaquiú!

En pocos minutos preparó varias brochetas variadas de carne y pescado y las puso al fuego.

—Como me gusta mi trabajo —pensó.— Hasta pagaría por hacer lo que hago.

Que ricos los chorizos parrilleros
¡Los chorizos parrilleros!
Que ricas las salchichas a la brasa
¡Las salchichas a la brasa!
Que buenas las chuletas de cordero
¡Las chuletas de cordero!
Que bueno es este vino de garrafa
¡Este vino de garrafa!
Voy echando leña al fuego, y siguiendo con el juego
Cuando quieren darse cuenta las parejas se calientan
Y no pueden esperar…
La bar ba cooooa, la barbacoooa

—Georgy, ¡el puto amo! —comentaba Daniel mientras tatareaba la canción.

Las brochetas estaban en su punto. —Ahora el toque final —y cogió un bote con un líquido especiado con toque de limón, con el que le gustaba aderezar sus asados.

Cuando Daniel vertió el aderezo, la explosión fue brutal. Aquello no era limón, eso era evidente.


—Vaya, por fin ha llegado el Sr. Lannister —comentó el chef Nevsky— ya huele ha quemado —y se dirigió hacia la cocina.

Cuando entró, no prestó atención a una nota que colgaba de la barra de las comandas: Besado por el fuego, podía leerse.

—¿Qué pasa señorito? ¿Estas son horas de llegar?

Pero nadie respondió. Las brochetas colgaban clavadas en el techo y una masa deforme negra yacía en un rincón, todavía humeando. La cara de Daniel presentaba una mueca como de alegría.

El chef le cerró los ojos con cariño y le susurró: —Si hubieras podido elegir una muerte, seguro que habría sido esta.


Caperucita roja brincaba por los pasillos.

—¿Truco o trato? ¿Truco o trato? —comentaba para sus adentros una y otra vez. Lo había ensayado mil veces, tenía que salirle bien. Cuando llegó a la habitación, se arregló bien la falda, se colocó la caperuza y se afinó la garganta. Con suavidad, llamó a la puerta.

Toc, toc… —¿Truco o trato? —dijo con voz angelical.

Pero nadie respondió.

Volvió a insistir:

Toc, toc… —¿Truco o trato?

Nada.

—Mierda —pensó.— Faltan tres días para Halloween. ¿Cómo me he podido equivocar?

Y se marchó…

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